Otoño cero
Godard, Rushdie, Pynchon, el fracaso de Twitter, Soda Stereo, doppelgängers, Heriberto Yépez y las muertes de moda. Y una aparición maradoneana.
Tenía un amigo que se la pasaba quejándose la mitad del año del calor y la otra mitad del frío. Ese amigo era yo, me dijo una vez un amigo.
Bienvenides, personas imaginarias:
Cualquier verso es satánico si lo lee un sacerdote
Ahora que atacaron a Salman Rushdie, el escrito de origen indio sobre quien pesa una sentencia de muerte dictada por un Ayatolá que no leyó el libro por el que lo calificó de infiel, me encontré con su crítica de Vineland, la novela de Thomas Pynchon. El libro se acababa de publicar, era enero de 1990, y el británico aún estaba en la clandestinidad.
En el texto para el New York Times, Rushdie recuerda los rumores previos a la publicación de una nueva novela de Pynchon, ya para entonces uno de los escritores más elogiados en gringolandia, y cómo cayó víctima de una de las fechas más populares alrededor del mundo, el día de los inocentes:
Habíamos oído que estaba haciendo algo acerca de ¿Lewis y Clark? ¿Mason y Dixon? ¿Una novela de ciencia ficción japonesa? Un verano en Londres una revista anunció la publicación de una novela de 900 páginas de Pynchon sobre la Guerra Civil estadounidense, publicado en su pleno estilo por una editorial de la que nadie había escuchado, pero cuando estaba por salir de casa, recordé qué fecha era: 1 de abril [día de los inocentes en Reino Unido], ho ho ho. ¿Qué pasó con esos libros espectrales? ¿Estamos por recibir una gran cantidad de novelas de Pynchon? La respuesta sigue flotando en el aire.
Rushdie tuvo razón en partes: no hubo un flujo de novelas pynchonianas, pero sí una sobre Mason & Dixon, siete años después. Desde entonces, el Sr. No Quiero Ser Visto Nunca escribió tres novelas más.
Ahora, después de los chuchillazos que le propinó un radical no de Irán sino de Nueva Jersey, Rushdie fue candidateado por David Remnick para ganar el Nobel. Al fin y al cabo, dice el director de la New Yorker, los premios no son realmente literarios, aunque de vez en cuando atinen con les ganadores.
Por otra parte, totalmente en otro contexto, Mariana Enríquez, la fenómeno argentina de los cuentos y novelas que te dejan helado, le daría el Nobel a Stephen King.
¿Ustedes a quién se lo darían? Yo, caprichosamente, se lo daría a Enrique Vila-Matas, o a Lydia Davis. Aunque, si ya se lo dieron a –de pie– Bob Dylan, en una de esas veces en que la academia le atinó, pues que se lo den también a Kendrick Lamar —ya ganó el Pulitzer, por qué no pensar en grande:
Canciones de nuestros antepasados
Diego Armando Maradona –su fantasma juvenil, con la melena al aire y las medias bajas bien ochenteras, o una versión de su alma, una proyección desde el cielo de los justos– se apareció en una cancha en Dundee, Escocia. Antes del intento de asesinato fallido de Cristina Fernández y de la muerte de la reina de Inglaterra, pero sobre todo, jugando a la pelotita en la previa del Mundial de Catar, el último de Lionel Messi. Elijo creer:
Twitter quería convertirse en competir de OnlyFans y profesionalizar la red social, donde el porno fluye sin restricciones como antes lo hacía en Tumblr. Pero el equipo armado para analizar si era posible concluyó que la plataforma “no puede, de forma sana, permitir que creadores adultos vendan suscripciones, porque la compañía no tenía –ni tiene– una política efectiva contra el contenido nocivo y perjudicial”. Durísima declaración, porque además viene desde adentro. El reporte completo:
Uno de mis discos favoritos de Soda Stereo es Dynamo. En La Tempestad, Nicolás Cabral reseña el disco más de 30 años después de su estreno:
La característica que distingue a Dynamo es que, lejos de haber sido producido por una nueva banda de opositores al statu quo rockero, fue creado por el grupo más popular del Hispanoamérica, en reacción contra sí mismo.
Mi favorita siempre fue Canción Animal (Cuero, piel y metal/ carmín y charol) pero en los últimos años le agarré mucho cariño a Primavera 0:
La ultraconservadora Suprema Corte gringa ya tumbó el derecho a decidir en Estados Unidos y con ello, básicamente permitió la prohibición del aborto en la mitad del territorio, pero la guerra está lejos de terminar. Los jueces más conservadores, apoyados ahora en una supermayoría edificada por Trump, van por el fin de la “América secular”. Eso incluye educación en escuelas públicas, por ejemplo. Prepárense para un futuro con menos derechos pero con la fortuna de poder aprender sobre Adán y Eva en la primaria.
Me enteré en el newsletter de alguno de ustedes, no sé cuál, qué profesional, que Japón aún utiliza los diskettes –si no sabes qué es un floppy disk acá te enteras– para cerca de dos mil (!!!) procedimientos burocráticos.
En ese mundo donde esto es posible, todo es posible. Por eso, el New York Times nos reveló, con cierto asombro pero ninguna duda, que los doppelgängers existen. David Lynch tenía razón (siempre la tiene):
Ah, por cierto: las medusas han descubierto la inmortalidad. No, en serio. Mientras tanto, el Washington Post se sumergió en uno de los buenos chismes que aún quedan vivos del Titanic: ¿hubo un posible amorío homosexual a bordo del barco? Más dudas que certezas, eso sí.
¿Qué es una ciudad? “Una ciudad es sobre todo sus esquinas, porque una ciudad es sobre todo sus habitantes”, afirma Adrián Chávez en Gatopardo. Es un ensayo imperdible de uno de mis expertos en gramática favoritos. Síganlo en TikTok.
Y también este ensayo del artista antes conocido como Heriberto Yepez, una de las figuras más extrañas de la literatura mexicana. Lástima que está en inglés, aunque lo bueno es que lo escribió Nicolás Medina Mora. Elogio de un terrorista, en la revista N Plus:
Poeta en dos lenguas, ensayista de primer nivel, novelista de segundo nivel, traductor, editor, antologador, video artista, columnista (cancelado) de periódico, troll de Twitter, autor de blogs efímeros, crítico de arte tan brutal como reflexivo, filósofo de clase trabajadora, teórico del imperio, amoroso cartógrafo de Tijuana, […] el último avant-gardista de Latinoamérica, una víctima de su propio genio —todos esos términos aplican a
Heriberto Yépez, pero si tuviera que usar una sola palabra, lo llamaría terrorista. Y lo haría como un elogio.
La muerte baja en el ascensor
Una. Después de 70 años de reinado, se cayó el Puente de Londres. Pero las antiguas colonias no lloran a Isabel II: su régimen floreció con sangre esclavos. Escucharán mucho la conexión de la finada con Mandela y el fin del apartheid. Pero su historia con África en general no fue ningún cuento de hadas.
Otra. Se murió el anunciante de la Pizza Hut en Rusia:
Y otra. A Javier Marías algunos lo aman y otros lo detestan. Tengo amigos que lo leyeron con pasión y otros que lo clasifican como uno de los mejores autores para vencer al insomnio. Pero ninguno duda de que sus columnas eran rancias y amarguetas, casi al nivel de Vargas Llosa. Al menos no llamó a votar por Keiko ni por Bolsonaro.
Tampoco nadie duda que su traducción del Tristram Shandy de Laurence Sterne es quizá su mejor legado. Mi recomendación para usted, amable lector: que lo lea el que quiera leerlo y el que no, no.
Y el último. Un hombre muere. Y con él, muere una comunidad y todo lo que eso conlleva. El hombre pertenecía a una de las tribus brasileñas que nunca tuvieron contacto con el resto del mundo. Nunca sabremos nada de las tradiciones de su aldea, de sus creencias, de su lengua, de sus bromas, de sus ceremonias, de sus vidas ni de sus muertes, salvo ésta. Es la primera registrada de este tipo, pero eso no quiere decir que haya muchas otras sin contar.
Antes de dejarlos ir, porque todavía no suena la campana, les regalo un nuevo apunte en mi blog. Es una serie de citas sacadas de un cuaderno que, durante los últimos tres años, llené de cosas azarosas. Lo llamé, con la intención de ser absolutamente obvio, archivo pandémico. Acá se puede leer:
Me gustaría poder leer con los ojos cerrados. Incluso dudar si esta novela se me presentó en un sueño o de verdad la leí. (enero, 2022).
Nos leemos pronto,
—Manu.
Posdata: este envío se vio interrumpido por la muerte del mayor cineasta de todos, Jean-Luc Godard, la revolución del cine. Se fue en sus términos, como su carrera y como su vida. A los 91 años, cansado y aquejado por diversas situaciones, se decidió por el suicidio asistido. Sit tibi terra levis, director.
Mi recomendación personal para entrar en sus películas: Una mujer es una mujer, Pierrot le fou, Masculino, femenino y su debut, À bout de souffle. La primera que yo vi fue Alphaville, por supuesto de ciencia ficción. No me pareció una mala manera de empezar a ver su obra. Asistan con los ojos –y sobre todo– la mente bien abierta. No se van a arrepentir.
En pleno mayo de 1968, Godard y su buen amigo Truffaut –al menos hasta su distanciamiento unos años después– y otros, como Alain Resnais, consiguieron suspender el festival de Cannes de aquel año. Despedimos esta entrega y a Godard con sus propias palabras:
“Estamos hablando de solidaridad con los estudiantes y con los obreros. Ustedes están hablando de tomas y de close-ups. ¡Son unos idiotas!”.
Qué talento, Manu. Tienes acá una admiradora.