Ésta vez el dolor va a terminar
Sobre la inmortalidad y sobre la muerte. Sobre nuestro dios pagano. Sobre un país, un deporte y un hombre que fue miles. Sobre Diego Armando Maradona.
Hoy, donde quiera que eso sea, desde donde sea que esto se lea, no será como en otras entregas. Murió, y tengo que escribirlo para exorcizar todo lo que siento al pensarlo siquiera, Diego Armando Maradona.
Lo que sigue es, entonces, mi propio homenaje personal, una recolección, un rompecabezas, un collage siempre inacabado y en constante crecimiento, sobre lo que se ha dicho en las últimas horas por aquellos que pudieron trasmitir algo a través de la pluma, del teclado, del corazón entregado a ese hombre bajito y bonachón que vino de una villa miseria y conquistó al mundo como nunca nadie lo hará.
Ésta es también una forma también de hacer duelo: estar acompañado de los otros a la distancia. Recordarlo con esa sonrisa con la que veía a la pelota. Porque los recuerdos de él, con él, para él y desde él van a ser nuestra defensa el resto de los días.
Mientras tanto, nos queda la palabra. Nosotros, los que fuimos de alguna manera u otra sus contemporáneos, llevaremos esa antorcha a donde vayamos. E iluminará. Vaya si iluminará.
—Manuel.
El Diego de la gente
“Diego se levantó temprano como todos los días. Desayunó, salió a caminar, volvió y se acostó porque estaba un poco cansado. La enfermera lo fue a despertar, le tocaba una pastilla. Ya estaba muerto. Es uno de los pocos momentos de Maradona, de la colección infinita de historias sobre él, en los que estaba solo. Su padre lo bendijo con una muerte íntima. Esa muerte es un regalo. Su vida fue nuestra, su muerte, sólo de él”, escribió Francisco Marzioni en Revista Paco.
Tras su muerte, Argentina decretó tres días de luto nacional. El documento del gobierno de Alberto Fernández:
CONSIDERANDO: Que Diego Armando MARADONA consagró su vida al fútbol, deporte que abrazó con pasión y entrega total y en el que su inmensa habilidad con la pelota lo consagró como el mejor futbolista del mundo y una persona que nos hizo inmensamente felices a los argentinos y a las argentinas.
Que la obtención del Mundial de fútbol, sus goles y el carisma que lo caracterizó hicieron de él un ícono inigualable del deporte nacional.
Que en virtud de ello, resulta un deber del GOBIERNO NACIONAL honrar la memoria de Diego Armando MARADONA, con motivo de su fallecimiento.
Escribe Andrés Burgo en El País:
La muerte de Diego Armando Maradona supone el final de la edad de los héroes. Ídolos, genios y productos deportivos habrá siempre, pero Maradona excedió la condición de futbolista: fue un número 10 hecho país, una reivindicación popular en pantalones cortos, el milagro posible para una porción del mundo en la que el viento sopla en contra.
Maradona les dio tanto a sus adoradores que hasta pareció haberles ofrendado su vida. (…) “San Martín se tuvo que ir a morir afuera, pero yo me quiero morir en mi país”. Lo cumplió: fue Maradona hasta en su muerte.
El diario argentino Clarín dio la primicia que nadie quería dar. Su necrológica del Diego:
Es el novio de Claudia y es también el hombre acusado de violencia de género. Es el adicto en constante lucha. El que canta un tango y baila cumbia. El que se planta ante la FIFA o le dice al Papa que venda el oro del Vaticano. El que fue reconociendo hijos como quien trata de emparchar agujeros de su vida.
Una vida televisada desde aquel primer mensaje a cámara en un potrero en el que un nene decía soñar con jugar en la Selección. Un salto al vacío sin paracaídas. Una montaña rusa constante con subidas empinadas y caídas abruptas.
Es antes que todo y por sobre todas las cosas el hijo de Doña Tota y de Don Diego.
Y Maradona es en presente pese a que de los que mueren haya que escribir en pasado.
Alejandro Wall escribió en el Washington Post en español sobre la despedida a Diego en Casa Rosada, el sitio reservado para las grandes figuras nacionales:
Diego Maradona fue un pasaporte —una estampita— que abrió mundos, un sustantivo que nunca necesitó de traducción, el apellido definitivo de un país.
El sociólogo Pablo Alabarces escribe en Revista Anfibia:
El ciclo de Maradona arranca en su debut en Argentinos Juniors en 1976 y se extiende hasta su último partido en Boca, en 1997. Démosle un pequeño margen: hasta su despedida, en 2001. Y un poco hacia atrás: su aparición en el programa de Pipo Mancera en 1971 como niño prodigio, esas imágenes –que jamás dejaremos de repetir como un sinfín– del pibe que mira a la cámara y afirma que su sueño es jugar un Mundial y ganarlo. (Pensemos un poco en la potencia de la imagen de un pibe de once años que tiene un sueño, desmesurado, y que luego va y lo cumple, y para colmo te lo regala).
Jack Holmes y el obituario de Diego en la mítica revista Esquire:
He seemed to be involved in a kind of titanic struggle with the world itself, with the great and powerful forces he had always seen as aligned against him, and which ultimately undid him with his own tragic assistance. Too often, he found it all too much to bear, and tried to shield himself from it with a lifestyle of self-destruction. But goddamn, he could play.
Jorge Valdano, que se quedó por primera vez en su vida sin palabras cuando quiso recordar a Diego, se despidió así de su líder en La Nación de Argentina:
En la admiración y en la pena caben distintos tipos de emoción. Hoy hasta la pelota, el juguete más comunitario que existe, se sentirá más sola y llorará desconsolada a su dueño. Todos los que amamos el fútbol auténtico, lloramos con ella a Maradona. Y quienes lo conocimos, lloraremos aún más por aquel Diego que, en los últimos tiempos, casi había desaparecido bajo el peso de su leyenda y de su exagerada vida. Adiós, gran Capitán.
Julieta Roffo en eldiario.es edición argentina:
Dice mi amiga la que vive en Seattle que ya sabe cómo va a ser su próximo viaje en Uber: cuando el conductor detecte su acento argentino la conversación habitual va a pegar un volantazo, y en vez de preguntarle si quiere más a Maradona o a Messi como si fueran su mamá o su papá y como si fueran los años sesenta, le va a preguntar cuánto le duele que Maradona esté muerto.
Juan Villoro despide a Diego en el diario mexicano Reforma:
Los mitos no mueren, pasan a otra cancha. En compañía del "Barbas", Diego volverá a chutar.
Liliana Campazzo propuso un universo paralelo en Tiempo Argentino:
Yo me robaría el cajón de Maradona. Me robaría al Diego, para pasearlo por todos los barrios de pibes pobres por todos los bordes de los bordes. Dejaría que lo tocaran, le tiraran flores, camisetas, pelotas de trapo, besos. Lo peregrinaría a Luján, o hasta el mismo límite en Ushuaia. Lo pasearía con una orquesta que tocara cumbias, tarantelas, el jijiji de los Redondos.
El escritor Juan José Becerra relaciona a Diego con la mejor palabra que he encontrado para definirlo. Libertad. En eldiario.es edición argentina:
No sé por qué farsa de profesionalismo digo Maradona cuando mi corazón destrozado dice Diego. La primera vez que cometí un acto de libertad fue por él. Lo tengo muy documentado en la cabeza. Fue el 18 de abril de 1981. Tenía 15 años y le dije a mis padres que me iba a Buenos Aires (con su plata) a ver el primer Boca – River con Maradona. No reaccionaron. No es tan fácil hacerlo ante la decisión irreversible de los otros. (…) ¿Al que produce este tipo de hechos, tanto ese gol como el deseo de ir a verlo, se lo puede llamar futbolista?
Federico Amigo, en Tiempo Argentino, dibujó una anécdota que pone en el centro una palabra que es sinónima de Diego. Rebeldía.
Diego también está presente en el primer shabbat posterior a su muerte. En un club judío, el tecladista toca los acordes de "La mano de Dios" en el interludio. Cuando el rabino retoma la ceremonia religiosa, repasa otras muertes famosas y cuestiona a Maradona. El tecladista sonríe. Su homenaje se volvió rebeldía. Diego, en todas partes.
La brillante escritora argentina Gabriela Cabezón Cámara, con lo que los estadounidenses llamarían una “euolgy”:
Qué tristeza, Diego, por qué no se mueren los caranchos, los caretas, los que mandan el hambre y los incendios, Diego, por qué se nos mueren los artistas. Y los más grandes, los artistas del pueblo, Diego, los atravesados por un río, Diego, el río siempre vivo aunque siempre traten de matarlo, el de la fiesta lujosa del pueblo, Diego. Chau, barrilete cósmico, cebollita que venció a la gravedad.
El periodista Ezequiel Scher despidió a Diego en la Rosada. Y detalló la situación en las filas que, en su mayoría, no pudieron despedir al ídolo en el sitio Cenital.
Pienso en mi papá y en los papás y en las mamás de mis amigos llorando en el teléfono cuando se enteraron. En mi abuelo, que me atiende y me dice: “Yo a Diego lo quiero mucho”. En un cuerpo gigante que dibuja con tiza en el piso la mirada firme del capitán del 86. En las banderas que nos rodean a media asta. Hasta en el pibe que anuncia que vende birra tan fría como el pecho de los ingleses. En un nene de piluso bostero, a caballito de su viejo, que le aprieta los muslos, se muerde los dientes, llora, con mocos, en silencio: “Va a poder decir que su papá lo trajo a despedir a Maradona. Y se va a acordar. Y yo, con eso, voy a ser feliz para siempre”.
El antropólogo Pablo Semán sobre la orfandad de quedarnos sin el 10, en Revista Anfibia:
En el juego, que es antes que nada una puesta en acto de los dramas humanos, y por la magia en que inventaba espacios y multiplicaba energías, Diego movilizaba con su ánimo todos los ánimos. Capitán en la adversidad eterna, recordaba en esa ética a los espíritus que han hecho la historia de una época. No hay que ir a sus compromisos políticos para apreciar la fuerza que nacía de un corazón enorme: estaba desde el inicio, por ejemplo, en la foto que lo retrata púber consolando al jugador del equipo derrotado.
Eso lloramos: la muerte de todo lo buenos y mejores que pudimos ser.
La poeta Silvina Giaganti, que entre verso y verso también patea balones con sus amigas en las ligas amateurs en Buenos Aires, recordó a Diego en la revista Vice:
El Maradona de los procesos lentos era, sin embargo, una máquina narrativa tan o más fértil que un escritor profesional. Además del rebusque discursivo al servicio de decir maldades, de responder a lo hiriente siendo más hiriente, de plantar bandera frente al poder —aunque muchas veces él mismo era el poder—, ponía a trabajar el lenguaje para no olvidarse nunca de quién era.
Pero creo que la frase más justiciera y socialmente reveladora de que realmente nunca se olvidó de dónde vino es “Lástima a nadie, maestro”. En un país donde se perdona casi todo menos ser pobre, esa frase exigiendo ante todo respeto, es brutal.
Mariano Schuster, con el mejor consejo de todos en la revista Panamá:
No lo busquemos en el cementerio, sino en la cancha y el recuerdo. ¿Por qué buscar entre los muertos a aquel que está vivo?
El periodista brasileño (uno de los pueblos que más lamentó la partida del Diego) Breiller Pires, en El País:
Los brasileños, desde los que soñaban con entrevistarlo hasta los que solo lo admiraban por la magia que hacía con el balón, también sienten un vacío por su partida. Con él se va parte de nuestra cultura futbolística, desde nuestro libertinaje reprimido por el culto argentino hasta el ídolo imperfecto, que cuando jugaba al futvolley en las playas de Río parecía más a uno de los nuestros que a uno de ellos.
El periodista Dave Zirin escribe en la revista de izquierda estadounidense The Nation su despedida personal y política (duh) de una figura que siempre se jugó, para bien, mal, peor y mejor:
Many will surely write about Maradona’s prowess on the pitch; his legendary World Cup runs, his “hand of God” goal against England, his ability to go the length of the field with the ball “sewn to his foot.” Others will dwell over his torments, his pain, and his demons. But let’s take a moment and raise a glass to Diego Maradona, comrade, friend, and fierce advocate for all trying to eke out survival in a world defined by savage inequalities. Many are writing today that Maradona is now resting in the “hand of God.” I prefer to believe that he is hard at work organizing the angels. Diego Maradona: ¡Presente!
Otra brillante escritora argentina, en este caso Mariana Enríquez, sobre Diego y cómo nos ha impactado igual que si fuera (porque es, porque será por siempre) un amigo muy querido, un familiar muy cercano, en el diario argentino Página 12:
¿Cómo no desear la victoria, en cualquier forma, para alguien que además de desintegrar todas las puertas que tenía vedadas, por pobre, por marrón, por rebelde, era el mejor? El mejor: un artista popular sofisticado,
La muerte, su muerte, tan injusta y tan temprana, tampoco es el fin.
Me alegra que hoy, mientras escribo, mi papá no esté conmigo. Me alegra no tener que verlo llorar a Diego. Me alegra que la vejez y una muerte piadosa le hayan ahorrado esta tristeza.
La voz de la gente, de la mano de Andrés Burgo junto a Mar Centenera, otra vez para El País:
María Inés, de 83 años y vecina de La Paternal, no imaginaba que sobreviviría a ese joven al que vio hacer gambetas prodigiosas antes de convertirse en un ídolo nacional. “Voy a la cancha desde los siete años y nunca disfruté tanto como con el Diego. Lo vi anotarle cuatro goles a Boca”, recordaba, en referencia al histórico partido de 1980 en el que Argentinos Juniors venció al equipo xeneize por 5-3. “Lloré dos horas, la tristeza me impedía hablar, pero después llamé a mi nieto y le pedí que me acompañara a encenderle una vela”.
“Diego se escapó del cielo y nuestra misión es acompañar su regreso con alegría y cantos”, dijo Walter Rotundo, integrante de la Iglesia Maradoniana, tan fanático que bautizó a sus hijas como Mara y Dona, ambas de 9 años. “Tenemos que ser egoístas y dejarle la tristeza a los familiares. Diego, a nosotros, solo nos dio alegrías y debemos despedirlo así. La primera sensación fue de dolor: ahora es de gratitud”, agregó el hincha, uno de los organizadores del encuentro en el que miles de fanáticos se congregaron en el Obelisco.
Los muchos Diegos
Nuestro Diego fue muchos Diegos. Una semana maradoniana podría compararse con años de vida “común”. Pero el Dié también es el hombre que nos pone a pensar y reflexionar. Que la libertad y rebeldía que prodigó por todo el mundo también sirva para eso.
Escribe la infaltable crónica de la periodista Leila Guerriero en El País:
Maradona murió solo en una casa alquilada, al final de un año en el que, por la pandemia, casi no se juega al fútbol. Pienso en esa frase de la pancarta ―”No importa lo que hiciste con tu vida, importa lo que hiciste con la nuestra”― y sigo creyendo que es una catástrofe. Que, más que decirle “No te juzgo”, esa frase dice “No importa tu vida, importa que hayas existido por mí, para mí, para darme alegría y esperanza. Todo lo demás ―las drogas, la obesidad, la depresión, los amigos perdidos, las rodillas hechas polvo, la artrosis, las traiciones― te lo dejo: todo tuyo”. A lo mejor no es una frase de agradecimiento sino lo contrario. A lo mejor es un mensaje de vampiros.
En el mismo diario español, habla la mejor periodista especializada en deportes que tiene México, Marion Reimers, sobre cómo vamos a recordar a Diego:
¿Hasta cuándo seguiremos gambeteando estas conversaciones? ¿Cuándo nos permitiremos las preguntas incómodas para ambos bandos? ¿Cuándo lograrán los medios hacer más equilibrada su representación de los ídolos populares?
¿Cómo sabrán de lo que se perdieron las futuras generaciones? ¿Cómo se los contaremos? Sabrán que se perdieron de los goles, de las genialidades y las trampas, de la viveza criolla, pero será también tarea nuestra que no se pierdan de lo que hace a este personaje: su dicotomía, su contradicción, su polaridad. Maradona, desde la grieta, nos invita a la difícil tarea de conjugar la compasión y la admiración con la indignación y el repudio.
En la revista Marcha, Nadia Fink, Lisbeth Montaña y Camila Parodi responden a la pregunta ¿Por qué queremos tanto al Diego si somos feministas?:
(…) las autoras de esta nota no somos las únicas que salimos del clóset en nuestro amor por Maradona. Por eso sumamos otras voces que nos ayudan a mirar, a poner las contradicciones sobre la mesa, a no borrar nuestro pasado, nuestra crianza, y nuestras pasiones, que poco caben en un puñado de palabras.
“Me es inconcebible pensar el mundo sin Maradona como me es inconcebible pensar al mundo sin el feminismo.”
En Le Monde Diplomatique, la investigadora Florencia Angilletta añade otro cuestionamiento que es pertinente hacer(se):
Hay una pregunta que no confío tanto en hacer (¿se puede ser feminista y querer al Diego?) porque quizá la pregunta sigue sosteniendo lo que habría que discutir, el trastocamiento de los órdenes (los feminismos primero y Maradona después), justamente cuando por un rato todo se descentra y se interrumpe, y porque la interrogación supone alguna idea de “permiso”, “justificación” o “razones” en un momento que es más grande que la tinta, más tembloroso (incluso en este después, en todos los después). Todo es discurso hasta, al menos, un día, el del final. El límite, la rueda, lo que a todos nos toca. La muerte nos ordena. Quienes no pueden correrse ni ante eso (Maradona y feminismos, asunto separado o No es el día para pensar a Maradona desde los feminismos) hablan más de sí mismos que de aquello de lo que creen hablar. La pregunta para hacer es otra: ¿se puede ser policía y ser feminista?
Ayelén Pujol recuerda a un Maradona de muchas facetas, pero que dejará mucho a pesar, gracias a, incluso por todos sus errores y toda su humanidad:
El Maradona machirulo, depresivo, melancólico, el que cantaba tangos y cuartetos, el que reclamaba por los jubilados y apoyaba a las Abuelas de Plaza de Mayo, se fue en un mundo que está cambiando.
La herencia de Maradona —el testamento del artista y de su obra— es su resistencia y su resiliencia, su rebeldía y su desobediencia, su talento, su desfachatez y su picardía con una pelota en los pies. Su legado es un sueño posible para las mujeres: en este nuevo mundo ellas también pueden ser Barriletas Cósmicas.
La escritora Maria Del Mar Ramón escribió uno de mis textos favoritos del año. La muerte del Diego abrió una puerta inédita en esta generación (¿y en cuántas más?): hombres que lloran y que no tienen que esconderse.
Maradona llevó belleza a los hombres, a todos los hombres, concedió una vida capaz de conmover a una identidad adoctrinada para resistirse a lo que solo es bello y lo cursi, para apropiarse de ella sin que medie la violencia. Maradona acercó la masculinidad a una belleza que logró sacudir y deslenguar a los varones, no en la brutalidad, sino en el abrazo.
Maradona ha hecho llorar a hombres que se ufanan de no llorar la muerte de sus padres; los ha hecho abrazarse, besarse, saberse sensibles y vulnerables. A fin de cuentas ellos lloran porque un dios pagano les ofrendó, no solo sus goles y su cuerpo, sino también todas sus lágrimas y el don de sus emociones prohibidas, para que ellos también pudieran llorar. Y eso también es un legado importante.
Una vez te vi de lejos, Diego, cuando viniste a dirigir a México. Cuando entraste al salón arranqué con el aplauso a pesar de que estaba ahí en mi rol de periodista. Sentí que era lo único que podía hacer, decirte así gracias por tanto. Algunos colegas me siguieron con las palmas. Otros nos miraron mal. No me voy a despedir de ti, porque, aunque no creo que haya nada más allá de la muerte, espero que nos volvamos a ver: en un sueño, en un gol tan decisivo como estético, en una pelota que hace la comba perfecta después de pegarle de zurda, en la sonrisa de los niñes y los adolescentes y los adultes que juegan en el barrio, en la rebeldía del que sabe que le costará pero que de todos modos lo hace, en la libertad de una tarde en el Estadio Azteca, en la valentía del muchachx que pide el balón cuando más se le necesita. Que nos volvamos a ver un domingo de fútbol o un miércoles en la plaza. Quizá no pueda saludarte, pero voy a saber, como aquel día en Culiacán, que ahí estás, Diego querido.