Un cowboy muere bajo la tarde rojiza del oeste
Una despedida para Cormac McCarthy. Y una amplia selección, fina y curada, de lecturas para el verano boreal.
¿No les parece increíble –qué palabra gastada– que la muerte de alguien a quien nunca conocimos nos pueda atravesar?
Bienvenidos, no se saquen el sombrero que el sol inclemente los va a dejar destruidos,
Todos los hermosos libros
“Era joyceano por el camino de Faulker”, escribe Graeme Wood sobre Cormac McCarthy, el penúltimo escritor grandísimo de los Estados Unidos que todavía vivía (el otro, hasta que decida reencarnar, es Thomas Pynchon). “[Tenía] una total falta de voluntad para evitar que el lector buscara una palabra oscura”.
La voz de McCarthy no tenía tiempo —no en el sentido pedestre de “será leído por generaciones”, sino en el inquietante, cosmológico sentido de que uno no podía saber si la voz era antigua o de un futuro distante.
McCarthy, la voz de una América oscura, murió a los 89 en el desierto de Santa Fe, Nuevo México. Aunque muere como uno de los escritores más consagrados de la literatura mundial, sus primeras cinco novelas fueron básicamente ignoradas cuando se publicaron, entre 1965 y 1985. Meridiano de sangre, quizá su obra cumbre, fue rematada luego de vender menos de 2 mil copias:
Precisamente sobre Meridiano de Sangre escribe Alexander Larman: “Hay algo profundamente perturbador y desagradable que se encuentra en el corazón de Blood Meridian, una sensación de horrores inexplicables que están fuera de nuestro alcance. Esto es lo que no sólo la convierte en la obra maestra de McCarthy, sino en una de las novelas más convincentemente desagradables jamás escritas”.
Palabra de Cormac. Concedía entrevistas una vez cada era geológica. En 1992, le dijo al New York Times:
No existe la vida sin derramamiento de sangre. Creo que la noción de que la especie se puede mejorar de alguna manera, de que todos pueden vivir en armonía, es una idea realmente peligrosa.
John Williams, en el Washington Post, tiene un buen punto: a pesar de que McCarthy debe haber sido una inspiración directa de muchos de los grandes escritores que vinieron después, se muere sin “herederos” literarios, un lobo solitario entre estantes de libros.
¿Qué decían los críticos cuando publicó sus primeros libros? Muchas, muchas cosas.
El genio de Biblioklept, uno de los mejores blogs literarios de estos lares, compiló una serie de reseñas que escribió la gente en Amazon. Se trata de aquellos que le pusieron 1 de 5 estrellas. Disfruten.
Michael Gorra escribe en la New York Review of Books: “El lenguaje de McCarthy tiene toda la riqueza de la Biblia del Rey Jacobo, sus cadencias son lentas y siempre hermosas y siempre en desacuerdo con el mundo que describe. Es una visión del oeste americano mucho más viable que cualquier cosa que John Ford haya puesto en la pantalla, pero aunque la literatura crítica sobre él ahora es enorme, Blood Meridian vendió menos de mil 500 copias en su primera publicación. La tirada inicial anunciada para cada uno de estos nuevos libros es de 300 mil. Claramente, algo ha sucedido mientras tanto”.
El trabajo de Cormac estaba arraigado en la ciencia, en el trabajo y en sus compañeros científicos, argumenta con razón Nick Romeo en Scientific American:
Hay dos formas básicas de ver el profundo interés de McCarthy en temas más allá de la literatura. Uno es como una excentricidad encantadora, en su mayoría sin relación con su destreza novelística. Leo Tolstói jugaba al ajedrez; James Joyce tocaba el piano; McCarthy leyó y habló de ciencia. Tal vez estos son sólo fragmentos divertidos de una trivia: los escritores son un grupo ecléctico con todo tipo de pasatiempos y entusiasmos.
La otra opinión, más plausible, es que sus intereses no literarios son una pista profunda para desentrañar su obra. Tal vez sean tanto la fuente como la sustancia de gran parte de su ficción. Sin la curiosidad científica omnívora de McCarthy, la sensibilidad distintiva de sus novelas no existiría.
Pero el hombre tenía muchas más facetas. James Watson hace un análisis detallado del catolicismo en la obra de McCarthy para The Catholic World Report.
Y un cuento. “Bounty”, de Cormac McCarthy, en The Yale Review.
Caramelosraros
A estas alturas, habrán oído del caso del rescate de los niños (13, 9 y 5 años, y un bebé de un año) que vagaron por la selva –tupida selva amazónica en Colombia, llena de peligros, jaguares y plantas venenosas– durante 40 días. La historia es durísima, porque los detalles revelan incluso una historia de abuso parental, pero una de las claves para hallarlos fue la cooperación de indígenas que conocen bien la zona. La historia incluye chamanes, ayahuasca, agua bendita, whisky y una tortuga que guió a los buscadores hacia los chamacos. Ah, y en el proceso, perdieron a un perro que también los buscaba. La selva da, la selva quita, dicen los que conocen sus secretos.
Una cita. Vila-Matas dice:
Sin la oscuridad —decía Blanchot— no existiría la obra de arte. Ante la oscuridad, la misma obra no tiene importancia. Es más, toda la gloria de la obra y hasta el deseo mismo de una vida feliz en la luz del día son sacrificados a esa única inquietud: buscar en la oscuridad lo que la misma oscuridad, la misma noche, trata de disimular; ese vértigo o punto profundamente oscuro hacia el cual tiende el arte, el deseo, la misma noche y la muerte.
Lo definitivamente no obvio. En Costa Rica nació el Jesucristo de los cocodrilos. No, en serio: la madre, en este caso comprobado científicamente, es virgen.
Lo no tan obvio. El argumento de que los cárteles del narcotráfico en realidad no existen –porque son construcciones más bien inventadas para simplificar la “““guerra contra las drogas”””– está ganando tracción en el mundo académico. Veremos si en el mundo periodístico también.
Lo obvio. ¿Qué idioma domina el internet? El inglés, dice el análisis de Rest of the World. A 50 puntos porcentuales de distancia, le siguen el ruso y el español.
Lo más obvio. ¿Por qué la gente bebe a cualquier hora en los aeropuertos? Porque puede, cómo no.
Sin albur. Los astrónomos descubrieron uno de los hoyos negros más grandes del universo conocido: tiene la masa de 30 mil millones de soles.
Lo deprimente. Josh Dzieza escribe un reportaje durísimo en The Verge sobre el advenimiento de las inteligencias artificiales. No, no van a mejorar al mundo. No, no van a desaparecer los trabajos: simplemente se van a pauperizar y la vamos a pasar cada vez peor.
Lo alentador. El mundo editorial anglosajón festeja –y con mucha razón– la nueva traducción de la obra de Kafka. El traductor, Nigel Warburton, presenta con un ensayo en Aeon su versión de los afamados Diarios. Cuenta que se apegó directamente al texto original de los cuadernos escritos a mano y mantuvo deliberadamente la puntuación y las inconsistencias de Franz.
Lo urgente. Jonathan Haidt en The Atlantic escribe uno de los argumentos más convincentes para algo que me parece necesario desde hace al menos una década: las escuelas deberían prohibir el uso de smartphones.
Los veo, para seguir la conversación, en todas las apps que no son tuiter. Y en tuiter.
—Manu.