Jean-Luc Godard, el hijo de un médico y de una auxiliar médica, el maoísta, el nieto de banqueros, el revolucionario, el director de cine, murió el 13 de septiembre de 2022.
Escribe Peter Bradshaw en su despedida en The Guardian, a la que llamo “Un genio que destruyó el libro de instrucciones sin necesidad de leerlo”:
Fue como si el Che Guevara hubiera evadido el asesinato y hubiera envejecido, siempre oculto en la jungla boliviana: menos visible, menos importante, pero aún capaz de ser el autor intelectual de todos esos robos de bancos y espectaculares actos de resistencia armada que le hubieran recordado a la gente de su vocación revolucionaria.
La palabra de Martin Scorsese:
Desde Sin Aliento, Godard redefinió la mera idea de qué era una película y a dónde podía ir. Nadie era tan atrevido como Godard. Podrías mirar Vivre Sa Vie o Contempt o Made in USA y podías tener la impresión de que él estaba de hecho desarmando su propia película y reconstruyéndola frente a tus ojos. Nunca sabías qué esperar de un momento a otro, incluso de un encuadre a otro, así de profundo era su compromiso con el cine.
Nunca hizo películas que se conformaran con un solo ritmo, o estado de ánimo, o punto de vista, y sus filmes nunca te arrullaban. Te despertaban. Todavía lo hacen —y siempre lo harán. […] Debo decir ahora mismo, cuando tanta gente se ha acostumbrado a verse a sí mismos definidos como consumidores pasivos, que sus películas se sienten más necesarias y vivas que nunca.
Tarantino, que tanto les gusta a ustedes, dice que fue el Bob Dylan del cine y que ya no le atraen sus películas:
Rafael Filippelli escribió en La Tempestad sobre el francés en 2008. La revista mexicana retoma ahora aquel texto como un perfil del hombre que, siendo fiel a sí mismo hasta el final, decidió por el suicidio asistido en Suiza, donde vivía hace tantos años:
Cada vez que se va a ver un filme suyo se lo hace con el convencimiento de que se va a encontrar algo simultáneamente acabado y caótico, una obra en permanente desarrollo que, por otro lado, se resiste a la admiración fácil. Las cualidades que convierten a Godard en una especie de héroe cultural son la energía, la predisposición para asumir riesgos y el singular individualismo con que domina un arte monopólico y drásticamente comercializado.
Agnès Varda por fin se va a encontrar a Godard en el paraíso, esquina de los cineastas:
Elsa Fernández-Santos escribe sobre Godard en El País, “Palabra de Jean-Luc Godard”:
Godard decía que, sobre todo, le interesaba todo lo que empieza y todo lo que acaba. “Yo era un cineasta burgués, y después un cineasta progresista, y después ya no fui un cineasta, sino simplemente un trabajador del cine”. Un “trabajador” incansable que, parafraseando a Picasso (“pintaré hasta que la pintura me rechace y no me quiera más”), siguió adelante de espaldas a todo, y eso incluía al público, pero, sobre todo, a la industria.
Richard Brody, en The New Yorker, escribe que Godard fue la Estrella del Norte del cine mundial, ni más ni menos:
Godard fue uno de los artistas de los sesenta, quien, no menos que los Beatles o Andy Warhol, reconoció los efectos de la celebridad y el arte, y los unió en sus transformativas actividades cinematográficas y sociales. Sin embargo, como muchos de los héroes de los sesenta, Godard descubrió que su imagen pública y su vida privada, su fama y sus ambiciones, entraban en conflicto. Tomó medidas drásticas para escapar de su leyenda mientras perseguía y avanzaba en su arte en maneras que dejaron atónitos a sus devotos seguidores y a aquellos en la prensa que esperaban nada menos que su retorno, especialmente a esos estilos y métodos que lo habían hecho famoso. […] En los setenta, dejó París por Grenoble y se mudó al pequeño pueblo suizo de Rolle. Cuando regresó a la industria, lo hizo explorando su vida personal y la historia del cine juntas, a través de un aún más audaz despliegue y reconcepción de las nuevas tecnologías.
[…]
En su oficina [mientras escribía su perfil], Godard me dijo que él pensaba que el cine estaba por terminar. “Cuando muera, será el final”. Estaba equivocado —y es su culpa.
Miguel Savransky escribe en La Fuga, de Chile, sobre Libro de Imágenes, su última película/documental/collage. “Toda revolución es una tirada de dados”:
Lo suyo es un arte del montaje como constelación de cosas vistas y dichas organizadas fragmentariamente en series divergentes, un patch-work audiovisual que lleva hasta la enésima potencia y la extenuación las posibilidades de un cine abiertamente impuro que absorbe todo tipo de imágenes y palabras, un cine que se afirma en tanto tal estableciendo un sistema de relaciones interiores y distancias constitutivas con otras disciplinas artísticas, no pudiendo existir separado o disociado de ellas: en la secuencia de “créditos” hacia el final se superponen las palabras “textos”, “películas”, “cuadros”, “música” sobre una lista abultada y voluminosa de obras, autores, materiales, referencias y anotaciones a veces enigmáticas sin orden aparente.
Y un link con regalos para todos nosotros, cortesía de Maties Tugories:
—Manu.