Entre la aversión y la excentricidad
Damon Albarn sobre Clint Eastwood, Marisol García Walls sobre las niñas lectoras, Brielle Hamor sobre los unicornios y Rafael Lemus sobre un tal Octavio.
Hola—
como se saludan los que tienen mucho tiempo, muchos años, mucha vida, sin verse, pero que de todos modos no pierden la familiaridad ni las ganas de estrecharse las manos.
Una vez una amiga me dijo que el internet se había inventado exclusivamente para quejarse de cosas. He venido a quejarme.
Porque la corporación Penguin Random House, que vende libros cada vez peores y cada vez más caros, ahora lanzó en Inglaterra una máquina (!) expendedora (!!) de libros (!!!).
Porque la luna tendría su propio huso horario –"¿qué hora es en la luna?” suena a verso de canción de Tranquility Base Hotel & Casino– pero, al parecer, por razones más comerciales que científicas.
Porque cada vez hay que pagar más servicios de streaming y el contenido es cada vez peor, se acabó la era dorada. Porque HBO tiene el mejor servicio, pero como tiene una imagen de “producciones serias e inteligentes” ahí viene el cambio de nombre y también de nuevas series y películas para idiotizarse y mimetizarse con Netflix y, por lo tanto, con el resto.
Porque se terminó la emergencia mundial de COVID-19 pero todavía hay gente que sufre de long covid (llamémosle covid extenso).
Porque la gente quedó tan traumada que los vecinos en el Upper East Side de Manhattan (ejem, riquillos) no dejan salir a sus hijos solos… a la calle. Y están construyendo una comunidad donde los jovencillos no saben ni interactuar en el metro.
Otra amiga, diferente a la del principio, me dijo una vez que el internet se había inventado exclusivamente para descubrir las excentricidades del mundo. He intentado descubrirlas desde entonces.
Una niña de cinco años en Maine, bien en el noreste de Estados Unidos, tuvo una idea genial: quería tener un unicornio. Pero la legislación local –hay, la burocracia– se lo impedía. ¿Qué hizo? Pidió un permiso para tenerlo. Y el Ayuntamiento local se lo concedió. “Se cree que el pueblo de Lamoine es el primero en otorgar un permiso para tener una criatura mágica. Ahora, Brielle sólo tiene que conseguir una”, reporta la cadena WMUR-9.
Damon Albarn –alabado sea– es un tipo considerado un genio por un montón de gente, incluida la inteligencia artificial que escribe este newsletter. Por eso celebramos con aplausos de pie el descubrimiento de que, luego de comprarse un pianito, usó la melodía predeterminada que traía para el género “rock” y con esa armó la base de “Clint Eastwood”, una de las mejores canciones del siglo:
Salman Rushdie sobrevivió al ataque que un radical musulmán acometió contra él en Nueva York. Se quedó sin un ojo. Se había aventado casi 24 años ileso tras la fatwa declarada en su contra por el ayatolá de Irán. Lo que me encanta de este escritor –muy bueno, por cierto– es su deseo por enfocarse en la literatura, a pesar de todo. Lo entrevista David Remnick en la New Yorker:
Siempre pensé que mis libros eran más interesantes que mi vida. Desafortunadamente, al parecer el mundo no está de acuerdo con eso.
José Agustín, el autor de una de mis novelas cortas favoritas de siempre –La Tumba– reapareció en Puebla luego de 14 años. Ahora que están reeditando toda su obra, vale la pena volver a ella. O acercarse por primera vez. Lleva sello de calado y garantizado.
La gente de Big Issue cuenta la historia detrás de uno de los memes más misteriosos de todos: el día del “sólo somos hombres normales. Hombres inocentes”, del títere Hacker T Dog, uno de los momentos más graciosos, nadie sabe todavía por qué, en la historia de la TV.
En Alemania, se muere un ingeniero de minas. Su casa, descubrieron, estaba llena de libros que desbordaban los estantes, las sillas, las mesitas, los burós e incluso el baño y el ático. En la ciudad de Mettingen ahora buscan a quién dárselos.
Escribe Juan Esteban Constaín en El Tiempo:
Lo curioso es que Schröder no era un gran lector sino un gran acumulador de libros: un bibliópata empeñado en abarcar todo el saber y la belleza que contienen los miles de tomos de su biblioteca que es su casa que es su biblioteca. No se sabe en realidad si era un erudito o un loco, porque nunca comentó con nadie sus lecturas. Lo único que queda como testimonio de su pasión desaforada son esos 70 mil volúmenes.
Un pueblo olvidado y que se cae a pedazos en Arkansas, el sur profundo de Estados Unidos –donde Bill Clinton fue gobernador, por cierto–, eligió a un joven afroamericano de 18 años como alcalde. Le tienen fe.
La gran periodista Julia Angwin se despide de The Markup con una serie de recomendaciones para los periodistas de la “era del algoritmo”. Mi favorita, porque periodismo siempre es periodismo no importa la circunstancia ni el contexto: “Las hipótesis van primero, los datos vienen después”. A veces respaldan nuestra idea. A veces la desmienten. Hay que ser honestos siempre.
Tres lecturas
Escribe Rafael Lemus sobre el 25 aniversario de la muerte de Octavio Paz, el único Nobel de Literatura mexicano. “Octavio Paz no tiene quien le escriba”, en la revista Gatopardo:
Pasó, también, que un cierto grupo lo reclamó tanto, lo explotó a tal grado, que terminó por privatizarlo. Hoy nadie disputa al pobre de Paz desde ningún otro sitio: fue conquistado y apañado por un puñado de escritores –reunidos casi todos alrededor de la revista Letras Libres– que ha lucrado efectivamente con su memoria. Tan adosado está hoy Paz a ese grupo que muchos de los tropiezos de ellos parecen también suyos. Además, para mejor usarlo, el grupo privilegió al Paz más cercano a ellos, el Paz último, liberal y nostálgico, y desdeñó a otros Paces más combativos y menos rentables. El efecto Letras Libres: un Paz póstumo menos parecido a Paz que a Enrique Krauze.
Escribe Marisol García Walls una Oda a las niñas lectoras:
Bajo las cobijas, la niña lectora ahora tiene que darle golpecitos en el cuerpo a la linterna. Todavía no tienen sueño y tampoco es tarde. El reloj del pasillo, un cucú que regalaron los abuelos, no marca todavía la una. La niña que lee no le teme a la oscuridad porque siente que ella es dueña de este espacio: secretamente sabe que viene de las tierras del norte, donde el frío ártico congela las pestañas de los exploradores y los viajeros beben coñac en sus cantimploras forradas de piel en torno al fuego, que mantienen vivo con el calor de sus relatos. Ahí también hay historias y, por lo tanto, también es la patria de las niñas lectoras.
Y escribe Damián García “La percepción temporal” en la argentina Revista Paco:
No existe recta que solo contenga dos puntos. No podemos medir de forma continua. Nos tocan porciones discretas. Puntos inconexos unidos por la imaginación. Lo desconocido es un montón de oscuridad imaginada, pero la realidad conocida también. Lo exacto nos excede. Todo es una degradación, un intervalo con espesor. La distancia a la verdad tiene el tamaño de nuestra peor incerteza.
El vacío lo contiene todo. No, en serio.
Posdata: en este mundo sin metáforas en el que vivimos, ocurrió lo que tenía que ocurrir. Un par de mapaches –los animalitos– cayó encima de funcionarios del Cabildo de Guerrero cuando estaban en plena sesión:
—Manu.