El miedo es el asesino de la mente
Sobre Dune. Jill Lapore destruye a Elon Musk. Clyo Mendoza, Lilián López Camberos y Orlando Mondragón. Los desaparecidos en México. Lo que el COVID se llevó.
¡Bienvenidos de regreso, viajeros del hiperespacio!
Espero que no haya demorado demasiado en volver a enviarles una entrega de este newsletter. Las obligaciones laborales y las ganas de no hacer nada a veces son más importantes.
Pero, ya que estamos, conversemos.
En una galaxia muy, muy lejana
Tengo que confesarles algo: no me gustó Dune. La nueva adaptación de una de mis novelas de ciencia ficción favoritas, realizada por uno de mis directores de cine favoritos –Denis Villeneuve–, me pareció una obra menor incluso para el canadiense.
Mi primera calificación de Dune –traducida como Duna en México– luego de salir del cine, en mi primera visita a un complejo de este tipo en dos años ¿y medio?, fue simple: meh.
Me dio, digamos, igual. No salí fascinado, como salí de ver Arrival (también de Villeneuve, también de ciencia ficción) ni profundamente emocionado como salí de Blade Runner 2049 (mismo director, mismo género). Ni siquiera salí del cine impactado como cuando vi Sicario (otra vez Villeneuve, en la mejor película de narcos que hicieron los estadounidenses). Creo que ni siquiera Polytechnique (de nuevo Denis al mando, sobre la matanza en aquella universidad de Montreal), que es polémica y te deja un sabor ácido en la boca, me pareció tan olvidable como Dune.
Lo siento. Estaba emocionado. La crítica ha sido muy benevolente con la película. Los nerds que aman los libros estaban muy satisfechos con la adaptación –entiendo por qué: al dividir el libro en al menos dos partes, Villeneuve tiene tiempo de exposición y puede contar cosas que no habría podido en un solo largometraje– y el entusiasmo general me impulsó a ir al cine en lugar de esperar el estreno en HBO Max, como había previsto.
Pero no funcionó en mí. Me pareció vacía. Vi impresionantes paisajes de los planetas futuros –quizá lo único salvable–, pero nada que los respaldara. Bellísimas, las dunas, parecían al final sólo eso: un escenario magnífico para una puesta en escena que me transmitió más bien poco.
Luego de algunas semanas de guardarme mi crítica –ahora entiendo que mis 3.5 de 5 estrellas en letterboxd fueron generosas y a la vez temerosas de mi parte–, leí un par de ellas que explican mejor lo que me pasó a mí con Dune. Una lástima que ver dos horas y media de forma continua a Timothée Chalamet (!) como Paul Atreides (!!) soñar con Zendaya (!!!) haya sido bastante… insustancial.
“Fundación y Duna nos llevan a otras eras y galaxias ¿para decirnos qué? Sus tenues ansiedades ecológicas no logran articular razones para que nos convenzamos de que, dentro de varios milenios, la monarquía será la forma de organización política inevitable. Son trabajos futuristas con un bochornoso ánimo nostálgico”, escribe Nicolás Cabral en la revista La Tempestad.
“El último diálogo en la película es sintomático de unas intenciones complacientes y hasta burdas. Poco antes de que aparezcan los créditos, un personaje dice: ‘Esto es sólo el comienzo’. Entendida literalmente, la frase describe la aventura de Paul Atreides, pero también le encuentro más significados: uno es la invitación a ver la inevitable secuela y el otro es el sometimiento de su director”, escribe Alonso Díaz de la Vega en la revista Gatopardo:
En Dune podría acabarse la duda sobre si Villeneuve es un discutible autor que retiene su identidad a partir de la forma o si es un empleado del estudio que se adapta a cada película hasta obedecer a las necesidades de sus patrones. Quizá sea pronto para saberlo, pero es oportuno temer que Hollywood recluya a su mejor cineasta en la jaula de las franquicias.
Esto sólo se recrudece con la confirmación de que habrá segunda parte de Dune–veremos cómo soluciona Villeneuve el ascenso de Atreides como Muad'Dib– y que, seguramente, se suma a esta histeria de franquicias horripilantes y cada vez peores que, ay, tienen también presos a grandes actores que podrían estar haciendo otras cosas antes que meterse en trajes de spandex.
Recuerden siempre: Fear is the mind-killer.
Una selección que parece azarosa y nunca lo es
Para no salirnos de la ciencia ficción, Jason Zinoman escribe en el New York Times sobre el origen de los vampiros. Spoiler: no, no surgieron con el Drácula de Bram Stoker.
Ocurrió hace unos mil años, no en libros, sino en la tradición oral. Servían para explicar, en esos tiempos de ciencia primitiva, las epidemias en las zonas rurales y los relatos estaban llenos, cómo no, de cierto racismo y xenofobia. “¿Por qué el mito del vampiro nunca va a morir?”.
Hoy, en presentes distópicos, presentamos: por qué en el internet y en la era digital ni siquiera el cielo es real.
Además, Jill Lapore destruye a los tecno-multimillonarios y enuncia los principios del muskismo, en nombre del rey de los idiotas, Elon Musk, bajo quienes se encuentran aquellos que leyeron ciencia ficción, están fascinados con esos libros y no entendieron ni un gramo de la crítica a la realidad nuestra que esos textos derraman en cada página:
Weirdly, Muskism, an extravagant form of capitalism, is inspired by stories that indict… capitalism.
Si en la web nada es real, el espacio exterior sigue siendo fuente inagotable de imágenes maravillosas. Una foto de una aurora boreal vista no desde la Tierra, sino desde el espacio. Acá los créditos:
Los premios. En el rincón literario de este newsletter estamos muy complacidos con que el premio Bellas Artes de Cuento Hispanoamericano Nellie Campobello 2021 haya sido para Lilián López Camberos. Su libro de relatos “Quisiera Quedarme Quieta” es de lo mejor de los últimos años que se haya escrito en México en el género.
Y, también, échenle una ojeada a su blog, hermosísimo.
Además, felicitamos también a Orlando Mondragón, que tiene mi edad (llora) y nació en Guerrero, en el sur de México. El médico de urgencias es también el poeta más joven en ganar el prestigioso premio Loewe con su poemario, ‘Cuadernos de patología humana’.
El poema. Un fragmento de “Cualquier sitio es hoy su fantasma”, de Atahualpa Espinosa Magaña:
«(…)
el vaso capilar que hay entre cada persona y sus cercanas
filamento en tensión mínima
yace pálido y moribundo
sobre la banqueta entre el polvo de la casa
enredado en el plástico interocéanico
trozos suyos en baldíos que pronto serán coworkings
(…)»
La extraordinaria escritora mexicana Clyo Mendoza escribe uno de los textos más íntimos –y más duros–que le he leído. “Amor y duelo”, en el diario El País:
Eventualmente dejé de ir al río porque uno se volvieron cinco. Cinco muchachos que rondaban los veinte años me perseguían argumentando sentir amor por mí.
Tuve que olvidarme del olor a pasto recién arrancado y de las ciruelas que crecían sobre los árboles en los terrenos libres.
Nunca pudieron alcanzarme, pero no dejaron de perseguirme.
En México, la crisis de personas desaparecidas es abrumadora. Cualquier dictadura militar sudamericana ya se queda muy corta en cifras con respecto a lo que vemos en nuestro país. Uno de tantos dolorosos ejemplos, contados por la antropóloga y ensayista Natalia Mendoza en la revista Nexos, “Sin epitafios”:
El año pasado, una mujer se acercó a las Madres Buscadoras de Sonora (MBS) a pedir ayuda porque acababan de desaparecer a su hijo. En medio del dolor y la desesperación, le había pagado a un joven para que le diera información sobre su paradero. Con las indicaciones que recibió y el apoyo de las rastreadoras, pudo encontrar y sepultar los restos de su hijo. Al poco tiempo, sin embargo, llegó a solicitar apoyo la mamá del joven que le había dado la información, porque ahora lo habían desaparecido a él. No supimos si lo desaparecieron por haber dado las coordenadas o por otros motivos. “Para nosotras el problema nomás se recorrió —me explicó Cecy Patricia Flores, líder de MBS—: encontramos a uno, pero ahora tenemos a otro desaparecido que buscar”.
El COVID se llevo muchas cosas consigo –y lo sigue haciendo todos los días, aún–, pero por primera vez un estudio internacional –realizado en 37 países más o menos ricos y ricos– concluyó que la pandemia nos robó 28 millones (!!!) de años por vivir apenas en 2020. La cifra escalaría significativamente si añadimos a los países pobres, que sufrieron consecuencias igual o más devastadoras el año pasado.
Ahora, con la cuarta ola arrasando otra vez a Europa, no está demás repetir que hay que vacunarnos, para protegernos y proteger a los demás.
¡Gracias por leer! O por tomarse el tiempo de scrollear hasta aquí.
Ya saben que los comentarios son muy bien recibidos y también si comparten esta entrega con alguien a quien tampoco le haya gustado Dune, o mejor aún: con alguien que haya amado Dune. No olviden leer este newsletter en voz alta a sus mascotas —ayuda a respirar mejor y sus perritos o gatitos estarán sumamente confundidos, como todos nosotros.
Más allá de eso, la conversación sigue en Twitter o en mi blog personal y la escucha sigue en mi podcast. Nos vemos pronto.
—Manu.